Había una vez una joven princesa encerrada en un castillo donde la intentaban proteger del terrible y canalla monstruo de nombre feo. A pesar de estar rodeadas de máquinas que hacían de fiel ejército; a pesar de estar atadas con unos cables protectores; a pesar de que no podía estar con toda su familia a la vez, era feliz.
De vez en cuando daba paseos por los pasillos de ese castillo acompañada de algún familiar cercano o alguna ama de llaves vestida de blanco que vigilaba y administraba poco a poco más y más poder para ser más fuerte ante su enemigo. En esos cortos pero necesarios paseos, veía que había otras jóvenes princesas y otros príncipes que estaban en la misma situación que ella. No había nada de extraño entre unos y otros. Comprendió que era una misión muy importante la de ese castillo, y los jóvenes seleccionados estaban allí para que, entre todos, derrotar a ese malvado que se cebaba de los más desprotegidos, pero con la ayuda recibida, se iban haciendo cada vez más y más fuertes.
Descubrió que allí se respiraba bondad en estado puro, no había superficialidades, todos vestían iguales, algunos no se peinaban ya porque no lo necesitaban, otras jóvenes aún mantenían restos de ese cuero cabelludo que antes lucía, y ahora lo que más lucía era la piel de su cabeza. Aunque al principio no entendían el porqué, descubrieron la parte cómoda de la situación; una buena época sin tirones a la hora de desenredar. Y lo más bello era que su rostro se veía más claro y despejado, brillantes cabezas, y resaltaban su belleza.
Iban pasando los días, y la realeza se mezclaba, princesas y príncipes de diferentes reinos hablaban y jugaban; compartían penas y alegrías; hicieron una piña. Todos eran iguales, más altos o más delgados, pero todos tenían el mismo ejército que los protegían, las amas de llaves y los caseros del castillo les hacía la vida más fácil, formaban una gran familia.
Algunos habían tomado más fuerza que otros, y podían salir unos días del castillo. Pero nuestra joven princesa aún no se encontraba lo suficientemente fuerte y se quedó en el castillo para celebrar la Navidad. Ella decía - ¿dónde voy a estar mejor que aquí? Me siento protegida, y hasta que no tenga la fuerza suficiente no podré enfrentarme al mundo exterior-. Y cuánta razón tenía. Su familia, aunque con el dolor que puede provocar la situación, se daba cuenta de las lecciones que la joven princesa, pese a su edad, les daba por momentos.
En la noche de Navidad, vino una visita muy especial. No era otro que Papá Noel, que venía a hacerles un regalo a las damas y caballeros que habían en ese castillo. ¡Qué contentos se pusieron todos al ver a ese viejo amigo!
Les abrazaban, les pedían algunos el poder salir, otros que les dieran más fuerzas, otros les miraban con cara de sorpresa, pero todos recibieron un regalo de parte del mago de la navidad, el señor Noel.
La joven princesa le dijo - Papá Noel, ¿cómo me has traído un regalo si yo no he pedido nada?- A lo que el sabio señor le contestó - Joven princesa, hay muchos niños que en sus cartas me piden que me acuerde de gente como tú, que se encuentran retenidas en un castillo para protegerles de su enemigo. Y nunca jamás podré olvidarme de gente tan valiente como tú.- La princesa le abrazó y fue corriendo a su cama para desenvolver lo que Papá Noel le había obsequiado.
Quiso mantener intacto el papel que lo envolvía, que era tan bello como su rostro, pero los nervios e ilusión podían más y con prisas los rompió esparciendo trozos de papel por el suelo. Papá Noel la miraba fijamente y casi con lágrimas en los ojos de ver la ilusión que desprendía. Pero cuando la joven princesa descubrió lo que había en su interior puso una cara que Papá Noel no esperaba. -¿Qué te pasa, joven princesa, no te gusta?- Le dijo sorprendido, a lo que ella contestó - Si me gusta Papá Noel, es una muñeca de princesa preciosa, pero, ¡tiene pelo!- exclamó, y prosiguió diciendo -deberían haber princesas de todos los tipos, al igual que las hay con trajes de diferentes colores, princesas de piel canela, de piel chocolate o de piel rosada, al igual que hay princesas rubias, morenas y pelirrojas, deberían existir princesas que no tuvieran pelo, como yo-. Las lágrimas en los ojos de Papá Noel eran como lluvia que no cesa, y asintiendo con la cabeza la abrazó y le dijo -Joven, no soy yo quienes las fabrican, pero me voy a encargar de que la fábrica de juguetes haga muñecas de princesas tan listas como tú, que haya variedad y así todas las niñas y niños de este mundo comprenda que hay gente diferente, mágica, que luchan como si fueran adultos, pero que son en realidad niños y niñas que sólo quieren jugar como los demás-. La princesa le abrazó y se despidió de Papá Noel, quien le hizo la promesa de que el año que viene harían muñecas como ella, princesas sin pelo pero con mucho amor y valentía.
Como portavoz de Papá Noel, pido, solicito, suplico a esas compañías de juguetes que tanta ilusión encierran en las cajas donde portan los productos, que por favor se acuerden de esos niños que están combatiendo con el cáncer. Que podrían hacer una partida de princesas calvas, como ellas, y repartidlas en hospitales, para que se sientan reinas, para que no envidien algo que se les ha caído por un tratamiento tan abrasivo y destructivo. Me voy a encargar de mandar correos a Mattel para que por favor hagan este gesto. Incluso se me ocurren que podrían venderlas en jugueterías y con lo recaudado o gran parte sea donado a hospitales, asociaciones y fundaciones que velan por los derechos de los niños con cáncer. Ojalá se haga realidad.
FELIZ NAVIDAD A TODOS Y FELIZ SALUD, MUCHA SALUD PARA TODOS....