Concurso de relatos sobre enfermedades crónicas

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25 de noviembre de 2009

LOS SOLES DEL UNIVERSO




Desde que nacemos tenemos nuestras pautas marcadas, bien por nuestros padres, bien por nuestro entorno o bien porque así lo dicta el manual del recién nacido. Nos enseñan a comer, a vestirnos, a atarnos los cordones, nos enseñan lo que está bien y lo que está mal (aunque hay alguna especie que no lo distinga). Nos enseñan a hablar, a jugar y a caminar. Seremos más guapos o más feos, más altos o más bajos, más flacos o más gordos, pero todos somos iguales. Todos jugamos en la playa, en el parque, con coches o muñecas, nos relacionamos con otros niños y danzamos en la niñez.
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Pero hay gente especial, que desde niños se convierten en soles, soles especiales. Son soles que brillan como ningún otro niño brilla, son personitas que la vida les hace ser diferentes por muchos aspectos, a todos les marca un mismo objetivo, luchar desde pequeños contra un enemigo de nombre feo. Conforme pasa el tiempo se van dando cuenta que no son como los demás niños; visitan más al médico que otros, les pinchan más que a otros niños y toman más jarabes que otros niños. Como dice el refrán, son pequeños pero no tontos, y qué cierto es.
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Son soles que su energía es más fuerte que la de cualquier astro rey, son seres que acentúan su capacidad de lucha, son seres que valoran cada rato de juego más que los demás. La vida les pone a prueba, y su capacidad de superación es asombrosa. Y como humanos que son, tienen días que no les apetece sonreír, días que se convierten en eclipses, porque tienen el derecho a enfurecerse con la vida, más que nadie. Son personas tan especiales que hacen sentir a uno cuando los trata tan pequeñitos y ellos tan grandes... Porque lo son, son pequeños guerreros.
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Estos pequeños soles son especiales, pero sus padres no se quedan atrás. Luchan como fieras, más que cualquier soldado de las tropas napoleónicas; sufren tanto por mirar a su alrededor y ver que todo se les queda grande ante esta guerra, lloran a escondidas para no dar señales de preocupación. Es difícil esbozar una sonrisa ante una lucha así. El cuerpo humano tiene una batería de sufrimiento que cuando se agota casi estalla. Pero hay que recargarla, no dejen de sonreír nunca, aunque la vida te de motivos para no hacerlo, porque esos soles que os han regalado se lo merece. Cargaros de positivismo, así podréis transmitirlo, haced que esta experiencia os enriquezca como personas, y ese sol, cuando sea mayor y mire hacia atrás, recordará que ha tenido a los mejores padres del mundo, que tanto se han preocupado y tanto han luchado por conseguir su cura.
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La vida os ha sorprendido con una lucha par ala que no se está preparado. No se estudia en el colegio o en la universidad qué hacer ante esto. Es muy fácil decir que los padres tenemos un sexto sentido para nuestros hijos, pero eso no sirve. Lo único que podemos hacer es luchar con ellos, hacerles de la lucha un juego en el que van a aprender unos valores muy especiales. Hay que ser fuertes psicológicamente, y si no se estuviera así, estaría bien buscar un buen profesional que aporte esa fortaleza que falta. Rodearse de gente que nos quiere, que hacen que esa lucha sea más llevadera. Llorar no es malo, es un desahogo para nuestro corazón y así echar fuera lo malo que no queremos retener.
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Esos soles de los que hablo serán capaces de, aunque sean muy pequeñitos, enseñarnos una lección: LA MAGIA EXISTE.
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Dedicado con todo mi corazón a RAÚL Y SUS PADRES, y a TODO EL REINADO DE LA REINA LOU.

7 de noviembre de 2009

FELICIDAD


Quizá la palabra más utilizada en este mi libro-blog es felicidad, pero es lo que me queda de esta lucha, felicidad, mucha felicidad, que un día se nubló, pero volví a ponerme mi nariz roja para reírme del mundo, para tocar con ella la felicidad.
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Quizá no supe lo que significaba felicidad hasta que enfermé. Mi vida tornó 180 grados, cambié mis pensamientos, mi actitud; cambié de paisaje, de guión, y llegué hasta ella, la felicidad.
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Quizá el mundo no quiere verla, a veces preferimos la pena o la lástima, preferimos la tormenta al chispeo, elegimos llorar a luchar; y yo era así, jugando al escondite con ella, hasta que la encontré y me niego a soltarla de la mano.
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Quizá es más fácil ignorarla, por temor a que se acabe, pero lo que no sabemos es que no tiene límites, no se pierde, nos perdemos nosotros. En todo momento podemos encontrar un apéndice de ella, en la soledad, en la compañía, en los buenos y malos momentos, siempre nos rondará y tendremos que ser nosotros capaces de distinguirla, agarrarla con fuerza y dejarnos embriagar de ella.
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Quizá no es justo el tener que buscarla, pero, aunque viene innata, somos nosotros los que la maquillamos y la camuflamos, y ponemos en su etiqueta extras que se supone que hará que sea más grande, y no es así, la felicidad no se puede adornar, no se compra, no se vende, la felicidad es sentirse bien con uno mismo, es dejarse acompañar con los que nos quieren, es mimar y dejarse mimar, es respirar y ser respirado, es besar y ser besado, es amar y ser amado.
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Quizá la busquemos con los métodos inadecuados, pues para encontrarla sólo hay que sentir paz, sólo hay que dejarse llevar, y sobretodo, hay que luchar para no perderla. A veces pensamos demasiado, y la perdemos de vista; nos anticipamos a hechos, y eso nos hace dejarla apartada de nosotros; a veces intentamos vivir la felicidad de otro, con el consiguiente resultado de no gozar ni de una ni de otra, pues cada uno tenemos nuestra propia e intransferible felicidad.
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Quizá se puede nublar, pero si te dejas enseñar y aprendes, no hay nada que la impida, a mi ni el cáncer me ha impedido abrazar y no soltar a la felicidad.

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